Notas periodísticas por Kado Kostzer

Las mujeres del Di Tella

Publicada en el Blog Damiselas en apuros. 2014

Por Kado Kostzer

(Especial para Damiselas en Apuros)

 

No se trata del resurgimiento de una nueva versión reforzada del dicloro, difenil, tricloroetano, más conocido como DDT. Esta sigla identificaba a un insecticida otrora fiel aliado para combatir los insectos que causaban la fiebre amarilla, la malaria y el tifus. El impiadoso progreso permitió descubrir lo peligroso que era para la salud humana.

 

Este DDDDDT no es otra cosa que un “Diccionario de Damiselas del Di Tella”. Di Tella, un nombre que para las antiguas amas de casa evoca a las revolucionarias heladeras Siam Di Tella con ángulos redondeados. Para todos los porteños es sinónimo de taxis. Sin embargo la familia Di Tella, a través de su Instituto del mismo apellido, sito en Florida 936, supo ser por breves años (1965-1970) hogar de manifestaciones eclécticas de vanguardia, tanto en las artes plásticas en el Centro de Artes Visuales (CAV), como en el Centro de Experimentación Audiovisual (CEA), que no era otra cosa que un teatro.

 

En cuanto a las Damiselas, fueron –y algunas aún son- artistas que en su paso por las salas de exposición o el escenario del Di Tella –y aledaños como la Galería del Este, el Bar Moderno, el Florida Garden- causaron efectos secundarios y terciarios diversos. Positivos –regalándonos muestras de su arte- y de los otros –provocando escándalos y espolvoreando sus poderes exterminatorios. Muchas de ellas están aún vigentes, otras optaron por el ostracismo y unas cuantas iluminan más aún las noches estrelladas. A un poquito más de medio siglo de su inauguración y a 46 años de su cierre, el Di Tella, y algunas de sus protagonistas, siguen siendo noticia. Este diccionario con sus nombres y hazañas es quizás poco exahustivo y bastante caprichoso.

 

La bravía Nené

 

ACEA NOGUÉS, Nené: Merece estar incluída y encabezar el diccionario, no por sus méritos artísticos o su capacidad organizativa, sino por tratar de imponer una lista negra para el estreno y las funciones del único espectáculo del que fue asistente. Su vigilante presencia prohibía la entrada a todos los que no gozaban de su simpatía y que eran unos cuantos. La leyenda decía que la recia Nené había distraído dinero familiar para llevar de week-end a Mar del Plata a una vedette. No se sabe si la homenajeada había aceptado o no la caballeresca invitación. En Di Tella: She.

 

                            Una rosa, es una rosa, es una rosa

 

BAILON, Rosita / Rosa Avelina (1932-1988): Desde su local, Madame Frou-Frou, el 26 de la Galería del Este, impulsó una nueva forma de concebir la vestimenta femenina. Los gobiernos militares y sus afanes persecutorios acabaron con la Manzana Loca (Florida, M. T. de Alvear, Maipu y Paraguay) y con su boutique. La etérea y generosa Rosita se casó con el hombre de sus sueños y se dedicó a criar docenas de gatos no muy lejos del lugar de su breve reinado.

 

 


 La reina Juliana

 

BALINT, Juliana: Húngara de piernas fabulosas y parecida a la Jeanne Moreau de su época gloriosa. Dominaba varias lenguas y su amor por el poeta y director Mario Trejo la dominaba a ella. En Di Tella: Libertad y otras intoxicacionesSr. FrankensteinTimón de Atenas.

 

Inolvidable Chela

 

BARBOSA, Celia, Chela: Bailarina y coreógrafa correntina. Mujer de buenas ideas y escaso rigor para concretarlas. Dirigió a Federico Klemm en su debut en la sala con Oh sólida carne, nada menos que una adaptación del Hamlet shakespereano. Abandonó Buenos Aires antes del cierre del Di Tella y se instaló en Nueva York dispuesta a ser modelo del fotógrafo Hiro, un amante de las bellezas exóticas. La última noticia de ella data de 1971, época en la que criaba a su bebé made in USA y debatía con expertos fundamentalistas el contenido de la Biblia. En Di Tella: Ultra ZumUgh! (no estrenado oficialmente), Oh, sólida carne.

 

La Señorita María Julia

 

BERTOTTO, María Julia, Momona (1938): Hija de María de Río, belleza del cine argentino de los años ’40, pasó por la facultad de arquitectura, incursionó en la danza en espectáculos del Teatro Caminito, para dedicarse luego por completo, primero en dupla con Jorge Sarudiansky y más tarde en solitario, a la escenografía y vestuario. Tanto su filmografía como su teatrología son extensas habiendo trabajado con los más importantes directores en ambos terrenos. En el plano amoroso, además de Sarudiansky, padre de su único hijo, tuvo una prolongada relación con el músico Jorge Maronna y desde hace muchos años es la feliz y devota esposa del escritor José Pablo Feinmann. En Di Tella: Etcétera EtcéteraHola!Crash!¡Oh! Casta diva.

 

 

                            Eterna Marucha

BO, Marucha / Mabel Bo (1938-2013): Belleza hierática de fabulosa presencia escénica. Como todas las chicas de su época, modeló para populares campañas publicitarias. En 1968 emprendió gira internacional con Alfredo Rodríguez Arias, actuando en Caracas y Nueva York. Afincada en Francia, fue proclamada por Paris Match como “la chica más linda de París”. En 1975 un aneurisma le dejó medio cuerpo paralizado. Desde entonces y por 38 años vivió semirretirada con alguna ocasional presentación como cantante. Descansa junto a grandes celebridades en el cementerio de Pere Lachaise. En Di Tella: Danse BouquetDráculaAventuras 1 y 2FuturaLove & Song.


Trágica Cecilia

 

BULLAUDE, Cecilia: Bailarina y coreógrafa, compañera inseparable del surrealista Juan Andralis. En plena dictadura de Onganía, en un rapto de lucidez, enloqueció. Era frecuente verla vagando por Florida y escuchar sus incoherentes discursos. En Di Tella: Minino Maúlla y baila, Ostinato, Macbeth MacbethTiempo de fregar.

 

Cuqui: Del Vogue a Bolivia

 

CANCELA, Delia, Cuqui (1940): Artista plástica de trazo perfecto y fecunda creatividad. Junto a su marido Pablo Mesejean (1937-Paris 1991), realizó innumerables exposiciones e incursionó en el teatro y en la moda en Londres, Paris, Nueva York y Buenos Aires, apareciendo sus creaciones en varias portadas de Vogue. En la actualidad se la puede ver en la campaña de Bolivia –no se sabe si promociona al país vecino, a una bebida o a la marca de ropa-. En Di Tella: Danse Bouquet, Drácula, Aventuras 1 y 2, She, además de su participación en exposiciones y premios.

 

La Sorbona, Nosferatu y después…

 

CARLISKY, Marta (1940): Hija de un interesante escultor y una exitosa business-woman, Marta no heredó ninguno de esos talentos. En pleno auge de la Manzana Loca inauguró, junto a Mary Tapia, la boutique Nosferatu en la Galería del Este. Desaveniencias con su socia la dejaron con el local vacío. En los años ’70 volvió a París, donde se había graduado en la Sorbona, para convertirse en jefa de prensa de innumerables films franceses. En los ’80 regresó a Buenos Aires para dedicarse a la traducción y a la enseñanza. En Di Tella: Timón de AtenasUbú encadenado.

 

Giselle, groupie fiel

 

CASARES, Giselle: Aunque solo participó en un solo espectáculo, como asistente, fue fiel seguidora de toda la actividad del Di Tella. En esa época era especialista en modas del semanario Panorama. En Di Tella: Fuego asoma.

 

 

Quien mal Amanda… Bien acaba

 

CASTILLO, Amanda /Amanda González Castillo: Emparentada con dos notables del teatro y el tango, José González Castillo y Cátulo Castillo, también con el escenógrafo Saulo Benavewnte, en la década del 50 su sensualidad solo competía, en la Facultad de Arquitectura, donde ambas estudiaban, con la de Chunchuna Villafañe. Después se instaló en París para bailar folklore argentino y en 1967, por un lapso de dos años, regresó a Buenos Aires. En Londres engalanó sus music-halls bajo el nombre de Tina Trocadero. Su casamiento con un miembro de la Honorable Cámara de los Lores la convirtió en Lady Amanda, aunque sigue siendo porteña de corazón. En Di Tella: Etcétera etcéteraUbú encadenado.


 Marta viajera

 

ESVIZA, Marta: Actriz. Soñaba con un apellido exótico y distinguido y así figuró entre paréntesis en el programa de Futura: Marta Esviza (Luxenburgo). En los ’70 recorrió toda Latinoamérica actuando junto a su pareja de entonces, Joel Novoa. En Di Tella: Libertad y otras intoxicaciones, Sr. Frankenstein, Futura, Love & Song.

 

Gioia, una gioia

 

FIORENTINO, Gioia: Menuda belleza nacida en Italia y criada en la aún próspera Argentina de los 40. Luego de ser protegida de Clorindo Testa en una etapa dedicada a la pintura, siguió los designios familiares volcándose de lleno, por herencia y vocación, al díseño de ropa. En los ’80 creó el vestuario del musical Eva en el Maipo, protagonizado por otra damisela de Florida 936, Nacha Guevara. Actualmente reside en Italia. En Di Tella: Ugh!OstinatoUbú encadenadoEspectatraje.

 

  

              Acaso te llamabas solamente Griselda

 

GAMBARO, Griselda (1928): Dramaturga y narradora. Su irrupción en la escena nacional trajo aparejada, además de un sinfín de polémicas, una verdadera revolución. Los memoriosos aún recuerdan el disgusto del Maestro Tito Cossa ante sus obras “extranjerizantes” que no reflejaban el “ser nacional”, y para colmo escritas por una mujer. La dictadura de Videla sirvió para suavizar antagonismos. Y desde entonces todos viven –y escriben- en paz lo que se les viene en gana. En Di Tella: El desatinoLos siameses.

  


 Clotilde… De la protesta a Tinelli

 GUEVARA, Nacha / Clotilde Acosta (1940): En sus inicios como modelo, la luego actriz y paladina de la canción contestataria, trataba de capturar la distinción de Audrey Hepburn. Luego adoptó el look de Milva, el de Ursula Andress, más tarde fue Tinacha Turner, Bo Derek, Madonnacha, NachEva Duarte, NaCher Guevara… Ella es una esponja de la moda. Ella es ¡mil y una! La funesta Triple A, promovida desde el gobierno de la no menos funesta Isabel Perón, la obligó a abandonar el país en dos oportunidades, en 1973 y en 1975. En 1984 reapareció en Buenos Aires y le gustó ser mujer en Canal 7 durante la era menemista. Desde entonces reparte sus actuaciones entre el teatro y la TV. Hoy, ya acalladas las revolucionarias canciones de protesta, integra el jurado de los certámenes de baile de Marcelo Tinelli. En Di Tella: Mens sana in corpore sanoNacha de NocheAnastasia queridaUbú encadenado. 

 


 La pequeña Lía

 

JELIN, Lía (1934 o 1939): Formada en la danza contemporánea pasó varios años en Israel. A su regreso integró la compañía de la mítica Dore Hoyer en el Argentino de La Plata, bailó en comedias musicales y coreografió innumerables espectáculos. Interpretó a la mujer de Tato Bores en el exitoso ciclo televisivo del actor. Su última aparición como actriz y bailarina fue en Familia de artistas, tanto en Paris como en Buenos Aires. Desde hace décadas, dedicada de lleno a la dirección, ha dado innumerables éxitos al teatro comercial en Buenos Aires y México. En Di Tella: Crash, Fuego Asoma.

 

Ana K.

 

KAMIEN, Ana (1935 o 1939): Bailarina y coreógrafa. De niña participó como solista en un espectáculo de la Pandilla Marilyn y fue integrante del teatro Infantil Juancho. Luego tomó una clase con Renate Schottelius y otra con María Fux. Según su CV en el programa de ¡Oh! Casta Diva es “perito mercantil y operadora diplomada de máquinas NCR”. En Di Tella: Danse BouquetLa fiesta hoyOh Casta Diva. 

 

Regocijante Marilú

 

Marilú / María Lucía Marini (1940): Heredera de la vitalidad italiana de su padre y del rigor prusiano de su germana madre. Formada en la danza realizó recitales con Aída Laib y Ana Kamien en 1963 y 1964 en el Teatro de la Alianza Francesa. El rol de la Madre Ubú la ayudó a descubrir su vocación de actriz. La industria del espectáculo la convocó para reproducir las coreografías de dos musicales de Broadway, Hair Aplausos, en sus clonaciones locales. En 1975 se incorporó al Grupo TSE, en Paris, para reemplazar a Marucha Bo en Vingt quatre heures. Mimada por la crítica y el público franceses, vuelve a Buenos Aires con frecuencia para actuar en teatro, TV y cine. Cuando se convierte en espectadora, desde la platea de un teatro, sus características risotadas la delatan. En Di Tella: Danse bouquetLa fiesta hoyLove & SongUbú encadenado45 Minutos con Marilú MariniEspectatrajeMaría Lucía Marini es Marilú Marini.


 

Simplemente Marta

 

MARTA: Concesionaria del bar –situado subiendo una estrecha escalera y mirando a las salas de exposición-. Seca y mal encarada. Sin embargo de gran generosidad con artistas necesitados. Fiaba, sin que la mayor parte de las veces los morosos saldaran sus deudas. En Di Tella: Sandwiches de pan árabe, medialunas con jamón y cheese-cake.

 

Juguetona Graciela

 

MARTÍNEZ, Graciela (1938): Formada en la danza clásica y luego la moderna, en 1957 se inicia como coreógrafa. Ha realizado presentaciones en Estados Unidos, Francia, Inglaterra. Fue fundadora del movimiento Danza Actual. Entre sus notables parientes se encuentran el exvicepresidente argentino Víctor Martínez y la familia Martinoli, artistas excéntricos inspiradores de la obra Famille d’artistes. Fue esposa del pintor Antonio Seguí. En Di Tella: ¿Jugamos a la bañadera?

 

MM

 

MINUJIN, Marta: ¡Arte!, ¡¡arte!!, ¡¡¡arte!!! Ya hace años Marta pagó a Andy Warhol la Deuda Externa argentina con mazorcas de maíz. ¡Qué geniaaallllll! Aunque hay una foto que registra el solemne acto, el FMI, los Fondos Buitres y el Club de París siguen al acecho con sus reclamos. En Di Tella: La MenesundaEl BatacazoRevuélquese y vivaImportación / Exportación.

 

  

                                Malograda Marcia

 

MORETTO, Marcia (1949?-Paris 1981): Bailarina proveniente de una familia de músicos, el escenario fue su hábitat natural. Ocasionalmente sus largas piernas transitaron las pasarelas de moda y comerciales de TV. Instalada en Paris, murió de un cáncer de mama ante la ineficacia de un tratamiento macrobiótico. Su pareja fue el fotógrafo Jorge Damonte. El dúo Rita Mitsouko le dedicó el tema Marcia baila que vendió más de un millón de placas en Francia. En Di Tella: Danse bouquet, DráculaAventuras 1 y 2Ella es Marcia, Espectatraje.

 

 


Pussy disciplinadora

 

OLIVERA, Pussy de / Zahidée: Asistente de Roberto Villanueva, director del Centro de Experimentación Audiovisual del Di Tella, la entonces otoñal y enamoradiza dama supo con mano férrea organizar ensayos, disciplinar al personal y tratar con la prensa.

 

Siempre Cristina

 

PLATE, Cristina / Cristina Ruíz Luque / Cristina Santos: Intentó el modelaje, la actuación y el canto, luego la dirección cinematográfica. En la época del di Tella fue esposa del artista plástico y actor Roberto Plate.

 

Plataformas Puzzovio

 

PUZZOVIO, Dalila / Delia (1942): Artista plástica y diseñadora. Luego de años de ostracismo, las plataformas, ¡y dobles! resurgieron en fosforescentes zapatos que le hicieron ganar a Dalila el 2° Premio Internacional Di Tella en 1967. En el 2002 realizó en el Fondo Nacional su muestra La Parusía, donde retoma sus orígenes como artista plástica. En Di Tella: Premio Nacional 1965 y 1966 Premio Internacional 1967.

 

 

Pionera Lilian

RIERA, Lilian: El espectáculo inaugural del Di Tella, Lutero, contaba con elenco mayoritariamente masculino, sin roles femeninos de relevancia. En el siguiente, El desatino, una mujer protagonista pisó por vez primera ese escenario, Lilian Riera. Actriz tan insólita como misteriosa, tanto en escena como fuera de ella. Su comportamiento errático, quizás, no le permitió acceder al primer plano que merecía. Murió en La Casa del Teatro. En Di Tella: El desatino.

 

 


                                              Iridiscente Iris

 

SCACCHERI, Iris (1949?-2014): Bailarina original que no dejó escuela. Talento único. Fuera del escenario contaba con su clan familiar con el que, luego de funciones apoteóticas, emprendía regreso a La Plata, donde residía, cargado de termos y vituallas para acortar el camino. Su saconcito de piel, de incierto animal (tan raro como su dueña), despertaba severas críticas de las damiselas mod del Di Tella. La estela de su cabellera rojiza aún perdura en la memoria de los aficionados al arte de Terpsícore.


 

Tango mío

 

STEKELMAN, Ana María (1944): Bailarina formada en las disciplinas clásica y contemporánea. Integró, y luego fue directora, del Ballet del Teatro San Martín. Con el resurgimiento del tango fusionó el 2 x4 con la danza contemporánea y fundó, en 1993, su compañía Tangokinesis realizando innumerables presentaciones fuera del país. En Di Tella: Crash.

 

¡Oh, Susana!

 

TORRES MOLINA, Susana (1946): Prolífica dramaturga y directora del teatro porteño. Aunque bisabuela, su pacto con el diablo –o con el arte que son casi lo mismo- le permiten gozar de una envidiable eterna juventud. En Di Tella: Libertad y otras intoxicacionesSr. Frankenstein.

 

Mamá Milka

 

TRUOL, Milka: Bailarina nacida en Paraná dotada de gracia, la misma que heredaron, aunque enfocada en otras habilidades, sus hijas las conductoras de TV Federica y Ernestina Pais. El padre de las niñas, el arquitecto José Miguel Pais, fue un militante peronista desaparecido en 1976. En Di Tella: Danse Bouquet, La Fiesta hoy, Oh Casta Diva.

 

La Gran Dama

 

VEHIL, Luisa (1912-1991): Fina actriz uruguaya perteneciente a una dinastía de actores. En el film Así es el tango estrenó el hoy clásico Nostalgias. Artista y empresaria inquieta, al frente de su Compañía supo ofrecerles a sus fieles señoras seguidoras no solamente piezas de boulevard, sino también autores como O’Neill, Anouilh y Beckett, a los que prestó su decir sobrio y acariciante. Debutó en Di Tella a los 56 años. Para la edad promedio de los actores de otros elencos (26 años) era una reliquia. En Di Tella: La duquesa de Amalfi.

 

Inmolada Vicky

 

WALSH, Vicky / María Victoria: (1950-1976) Además de su fresca belleza la hija del escritor Rodolfo Walsh tenía una agradable voz. Como todos los jóvenes periodistas de la época, colaboró en diversas publicaciones, más frecuentemente en Panorama. Radicalmente politizada y convencida de la utilidad de la lucha armada el 29 de septiembre de 1976, bajo el nombre de Hilda, cayó en el llamado Combate de Villa Luro. En horas de la madrugada al ser localizados ella y otros cuatro militantes Montoneros se dispararon en la sien frente a 150 represores fuertemente armados. Su última frase fue: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”. El día anterior había cumplido 26 años. En Di Tella: Libertad y otras intoxicaciones.

 

Remota Laura

 

YUSEM, Laura / Laura Sofovich (1939): Actriz, coreógrafa y directora teatral, sobrina de Luisa Sofovich (viuda de Ramón Gómez de la Serna), prima de otros Sofovich, Hugo y Gerardo, y ex mujer de Horacio Verbisky. Distante, seca y carente de sentido del humor, no es fácil obtener su preciado saludo. Los que lo logran se consideran afortunados. En Di Tella: Libertad y otras intoxicaciones.

 

¡Oh, Susana! II

 

ZIMMERMANN, Susana (Año de nacimiento, como dice Google: “Valor desconocido”): Bailarina y coreógrafa contemporánea. Mujer de eterna boina y espíritu tesonero -por no decir insistente-, lograba casi todo lo que se proponía –que no era demasiado- en el CEA, donde fundó el Laboratorio de Danza, pleno de improvisaciones de parte de los bailarines. En Di Tella: Danza ya, Dies israe.

 

 

LA GENERACIÓN DI TELLA Y OTRAS INTOXICACIONES

Por Kado Kostzer

EDUDEBA / PROTEATRO

 

En librerías

 

El Instituto Di Tella promovió a través de su Centro de Experimentación Audiovisual, el CEA, manifestaciones teatrales eclécticas que marcaron el camino a varias generaciones de teatristas. Dada la naturaleza volátil, efímera, del hecho teatral, no quedaron registros de tantas innovaciones escénicas. En su adolescencia, Kado Kostzer fue privilegiado testigo y también integrante –sin roles de compromiso, aunque siempre atento al entorno– de varias producciones que se originaron en ese escenario. Estas experiencias fueron el cimiento para su posterior desarrollo en el teatro como dramaturgo y director, tanto en el país como en el extranjero.

 

A través de La generación Di Tella y otras intoxicaciones, su autor brinda un fresco colorido y regocijante de hechos, acontecimientos, estéticas y entretelones de los espectáculos y personajes del Di Tella. Así mismo recrea, con mirada irónica y sin nostalgias, la efervescencia cultural que caracterizó –a pesar de la opresiva y represiva dictadura militar del General Onganía–, el último lustro de la década del 60, no solo en Florida 936, sino en los alrededores, en lo que se llamó La Manzana Loca.

 

 

Artículo originalmente publicado en Damiselas en apuros N° 36

 

 


Bernadette Lafont

Publicada en el blog Damiselas en apuros. 2018

 

Adieu Bernadette

Por Kado Kostzer

 

El 25 de julio de 2013, hace cinco años exactos, mi apacible vida porteña dividida entre mi escritura y la visión de films clásicos, se vio alterada por un llamado telefónico desde París. Había muerto, a los 74 años, una querida amiga y admirada actriz, Bernadette Lafont. Hacía apenas un mes nos despedíamos jubilosos con un ¡hasta pronto! en su acogedor departamento parisino de Le Marais. Nuestro reencuentro había hecho resucitar un proyecto postergado: una obra mía con ella como figura central.

 

Como en tantos films la acción vuelve al pasado.

 

Un racconto

 

Cuando dejé mi Tucumán natal, a comienzos de 1959, el cine Splendid -uno de los muchos que había entonces- era el único dedicado a films europeos, especialmente los atrevidos franceses. En su vetusta pantalla se reflejaban los rostros de Jean Gabin, Gerard Philipe, Françoise Arnoul, Daniel Gélin, Michèle Morgan y Martine Carol, entre otros menos emblemáticos del cine galo. En producciones en blanco y negro, en su mayoría prohibidas para menores de 18 años -restricción que yo, muy lejos esa edad, me ingeniaba en burlar con la complicidad del boletero-, estos actores vivían dramas pasionales mucho más intensos que los casi puritanos de Hollywood.

 

A mi llegada a Buenos Aires me esperaba el fenómeno de la Nouvelle Vague, que no era una simple ola sino un tsunami que arrasaba con todo lo existente. El “cinéma de papa”, expresión que no significaba otra cosa que ¡anticuado!, era despreciado aun cuando toda la generación de los grandes maestros podía ofrecer obras notables. Las nuevas estrellas de los nuevos realizadores se llamaban Brigitte Bardot, Jean-Paul Belmondo, Jeanne Moreau, Gérard Blain, Anna Karina, Alain Delon, Catherine Deneuve, Jean Claude Brialy, Emmanuelle Riva y, en un plano más discreto, aunque convertida en sinónimo del movimiento, ¡Bernadette Lafont!

 

 

Muy a pesar mío, esa nueva constelación me estaba vedada ya que los controles en los cines porteños eran más estrictos para los menores avivados que querían pasarlos. Me conformaba con ver las amplias notas que les dedicaban Vea y Lea, Atlántida, Antena y Écran, una publicación chilena que llegaba puntualmente a los quioscos de la Avenida Corrientes. La morena Bernadette Lafont, la figura menos publicitada, me atraía por su rostro franco, su sex-appeal inocente y la luminosidad de su piel. Para verla en movimiento tuve que esperar. Cuando mi cédula de identidad dejó constancia que ya tenía la edad requerida, me atosigué de films franceses. Los nuevos, en sus salas de estreno. Los más cultos y prestigiosos, en ciclos del cine Lorraine.

 

En la primera época de su carrera, el nombre de Lafont –que a veces era protagonista y a veces no, destacándose siempre- estaba ligado al de Claude Chabrol: Le Beau Serge (El bello Sergio), À double tour (Doble vida), Les


Godelureaux (Los mequetrefes), Les bonnes femmes (Estas buenas mujeres). Claro que no había exclusividad y otros realizadores de la nueva ola también requerían su vital presencia y su voz profunda: François Truffaut, Costa-Gavras, Jacques Doniol-Valcroze, Édouard Molinaro, Louis Malle… Además de otros con menos talento y notoriedad.

 

El gran momento le había llegado a Bernadette en 1970, una década después de sus comienzos, de la mano de la afrancesada directora argentina Nelly Kaplan. Su film La fiancée du pirate la colocó en un primerísimo plano internacional. A partir de ahí la solicitaron Jacques Rivette, Claude Miller, Jean Estauche, Jean-Pierre Mocky, nuevamente sus mentores Truffaut y Chabrol. Aportando ella su natural talento, desenfadado encanto, contagiosa simpatía y un physique pulpeux que le valió por parte de la prensa el mote de “la Bardot morena”.

 

 

En ese último encuentro nuestro de junio del 2013, la usual alegría y vitalidad de Bernadette se habían potenciado. Estaba radiante, con ese brillo que prestan el éxito y los halagos. Ya en el siglo 21, aunque nunca había dejado de trabajar en cine, teatro y los bienvenidos telefilms, las oportunidades de roles principales –acaparados por Catherine Deneuve- parecían escasas para actrices que, como ella, no solo habían pasado los cuarenta sino los cincuenta, los sesenta… El año anterior, saliendo de un túnel que ella transitó con trabajo ininterrumpido, filosofía y sentido del humor, le había llegado Paulette (El postre que da alegría) del director Jérôme Enrico.

 

 

La modesta, aunque muy simpática y eficaz comedia, se transformó en un enorme éxito de boletería. En ella la actriz, con su histrionismo en plena forma y sin demagogia, encarnaba a una pintoresca jubilada que harta de no poder llegar a fin de mes –en Francia también ocurre- incursionaba en el turbio negocio de la venta y distribución de marihuana, alternando con peligrosos traficantes de la mafia suburbana. El resultado era estremecedor, cruel y sobre todo divertido. El rol estaba muy bien escrito y ella supo potencias las 


situaciones que proponía el guión. Críticos y público la adoraron. El millón y pico de espectadores que convocó el film en su estreno francés determinó que Lafont volviese a ser “bancable” como primerísima actriz y sus servicios muy solicitados. Los jóvenes directores la redescubrían. En cada rincón de su departamento, buenos, regulares y malos guiones, sobre los cuales descansaba su gato, esperaban veredicto favorable de la actriz. Estaba en condiciones de elegir.

 

A último momento, con las valijas listas para regresar a Buenos Aires, recibí su llamada. Bernadette quería que partiese con la seguridad de que nuestro proyecto quedaba en sus manos y que esta vez sí podríamos concretarlo tal como lo habíamos soñado. “No habrá film alguno que lo impida”, me había dicho. Un productor teatral que “la perseguía” con propuestas estaba feliz con la idea de que por fin apareciese –siempre había estado, aunque olvidada- la obra que la satisfacía. Apenas volviese de las vacaciones que se tomaría en Nîmes –de las que nunca regresó-, se reuniría con él para definir fechas y demás detalles.

 

 

Un poco de historia

En los años de la posguerra en su Nìmes natal, la aún adolescente Bernadette, que soñaba entonces con ser bailarina clásica, dividía su tiempo entre el rigor de los ejercicios de barra y la farmacia de su padre. Su rutina cambió rotundamente cuando en el verano de 1956 apareció una compañía teatral parisina para representar Julio César en el histórico anfiteatro al aire libre del lugar. Gérard Blain, un petisón “James Dean francés”, según los críticos de la influyente revista Cahiers du Cinéma, era integrante de la troupe. Como en los films muchacho conoce a chica, se enamoran y el romance termina en matrimonio.

 

           En 1960, en la farmacia de su padre


Los entonces críticos y aspirantes a directores François y Claude Chabrol, amigos de Blain, apenas vieron a la jovencita provinciana la imaginaron en el glorioso celuloide del blanco y el negro. Como el actor no podía negarles nada a los incipientes genios, accedió, bastante a regañadientes, a que su esposa interviniese en Les mistons donde debutaban ella frente a las cámaras y Truffaut detrás de ellas. Inmediatamente llegó Le beau Sergeel opus uno de Chabrol. Nació entonces otro romance: chica conoce el cine y se enamora. El cine se enamora de ella y la corresponde generosamente. En la disyuntiva, la chica elige al cine y deja al marido. Con menos de dos años de casados la pareja se separa. La actriz le había ganado a la sumisa mujercita pueblerina que Blain había querido ver en ella. No mucho después, Bernadette encontraría estímulo y comprensión, aunque también inestabilidad emocional en el escultor, y ocasional cineasta, húngaro Diourka Medveczky, con quien tendría sus tres hijos, Pauline, Elisabeth y David.

 

 

Cuando surgió la idea de hacer mi pieza, Les petites souris de New York (Muñequitas de Nueva York), Lafont fue el primer nombre que surgió para la protagonista. Nadie mejor que ella, con su côté populaire, podía captar un personaje con mucho de la viveza criolla cuyas raíces teatrales arrancan con la Doña María de Las de Barranco de Gregorio de Laferrère. La obra la entusiasmó enormemente y a partir de ahí nuestra relación se hizo muy fluida, con la ventaja de vivir a unos pasos de distancia el uno de la otra.

 

Como se acostumbra en Francia, organizamos varias lecturas con elencos tentativos de maravillosos actores, bien dispuestos y felices de compartir con ella un escenario. En cada sesión, Bernadette y por consiguiente yo como director, íbamos descubriendo nuevas facetas del personaje y enriqueciendo en matices la drôlesse de las situaciones. Tanta perfección no podía ser cierta. Todo se fue dilatando: el teatro que nos acogería tuvo un éxito inesperado y nuestra obra se reprogramó para la siguiente temporada. Luego, mi protagonista se sumergió en dos films sucesivos que le reportaban buenos ingresos y vigencia, además del consabido cartel “Avec la participation de Bernadette Lafont”, lo que significaba que no era la estrella, sino una distinguida actriz en vistoso rol secundario. También con mi amigo, escenógrafo y socio, Sergio García Ramírez, contribuimos a que el proyecto se diluyese. La escena inglesa nos convocaba y no resistimos la tentación de trabajar en la lengua de Shakespeare con otra francesita, ¡igualmente hija de un farmacéutico!, la hollywoodense Leslie Caron.

 

 

Ajena a los medios -cuya favorita era la casi contemporánea Bardot-, el nombre de Bernadette Lafont apareció raramente relacionado con el escándalo o con temas del corazón. Sin embargo, en 1971, convocada por la revista Le Nouvel Observateur, fue una de las firmantes del Manifeste des 343 salopes, o hablando en criollo el “manifiesto de las 343 yeguas”. En él, en buena compañía de otras 342 desbocadas notorias equinas, declaraba haber abortado con el consecuente riesgo de sufrir la penalización de las leyes represivas vigentes. Un caso de flagrante desobediencia civil. Un flor de cachetazo a la hipocresía de un sector de la sociedad francesa que sentó precedentes y fue un buen empujón para la legalización del aborto.

 

Años más tarde, en 1988, la portada del semanario Paris-Match, que tanto soñaba para Bernadette el boticario Monsieur Lafont, orgulloso padre, llegó compartida entre su hija y nieta. La joven Pauline, que se perfilaba como una de las nuevas estrellas del firmamento francés, había desaparecido en unas cortas vacaciones que se había tomado antes de comenzar a rodar un film. Inútiles fueron los esfuerzos por encontrarla en la zona montañosa de Cévennes donde la familia tenía una propiedad y que la muchacha conocía muy bien por tantos veranos de su infancia pasados en el lugar.

 

Los medios se hicieron eco del misterio y hasta tomó cartas en el asunto el presidente Miterrand. Se barajaron diversas hipótesis: secuestro, asesinato, accidente… Quizás pensando también en una rebeldía juvenil, Bernadette apareció en el noticiero central de la televisión persuadiendo a su hija de que se presentara en la filmación, donde muchos trabajadores dependían de ella. Inútil. Temiendo lo peor la estoica madre, siguiendo el mismo precepto, no abandonó sus compromisos cinematográficas durante los casi cuatro meses que duró la búsqueda. “Mi trabajo no es diferente al de una vendedora de tienda, al de una enfermera… Tengo que cumplirlo”, había dicho. Por fin en un recóndito lugar de la montaña un cazador encontró el cuerpo de la infortunada jovencita casi desintegrado, casi asimilado a la tierra. Con su bicicleta se había despeñado quedando totalmente incapacitada para moverse y sin que nadie escuchara su clamor de ayuda. Las heridas, el hambre, la fauna silvestre y las inclemencias del tiempo habían hecho su devastador trabajo.

 

Souvenirs… Souvenirs…

 

Nuestro proyecto teatral invitaba a una comunicación diaria. Pero una mañana el tono de Bernadette, citándome en un café, era algo grave. Una consulta, dijo. Corrí a su encuentro. Me esperaba con un sobre de considerable tamaño del que sacó una foto. En ella estaba la muchacha de Nîmes, la musa de la Nouvelle Vague, completamente desnuda en una postura un tanto salvaje. Se la veía espléndida en sus veinte gloriosos años. Willy Rizzo, un notable fotógrafo italiano cuya cámara había capturado los vaivenes de la moda, a personajes célebres y también a los protagonistas de la dolce vita romana, requería la autorización de su ahora adulta modelo para exhibir el retrato en una retrospectiva que le dedicaba la Galerie Agathe Gaillard.

 

 

“¿No será demasiado vulgar? Ni me acuerdo cuando posé. ¿Debo autorizarla?”, me preguntó un tanto insegura y en voz baja. Mi “Oui! Bien sûr que oui!”, resonó en todo el café. La toma era espléndida en todo sentido: fotógrafo, técnica y modelo en una conjunción que lejos de ser vulgar era artística, poética y sobre todo vital. Días después asistíamos juntos a la inauguración de la muestra. Una Bernadette radiante, aunque un tanto turbada, posó para la prensa gráfica


junto a su antiguo retrato que esa noche llegó a eclipsar al resto de los trabajos de Rizzo exhibidos. Era feliz rodeada de sus muchos amigos y había dos acontecimientos anuales que festejaba de forma esplendorosa: su cumpleaños, el 28 de octubre, y la Navidad. Recuerdo haber estado en la sagrada celebración en tres oportunidades, dos de ellas consecutivas. Brialy, Claude Rich, Bulle Ogier, Jane Birkin, Chabrol y su ex Stéphane Audran (cada uno por su lado), Jean Marais, Mylene Demongeot, Catherine Deneuve (con su hija), Michel Legrand, Anouk Aimée, Louis Malle (ya bastante desmejorado) y otras caras conocidas desfilaban –aunque no simultáneamente- por la fiesta que se prolongaba hasta el amanecer. Sin embargo, la atracción principal de la animada velada era un pesebre que cada año crecía más ocupando una buena porción del nada pequeño salón de estar. La “instalación”, ya legendaria en Paris, era cita obligada. Todo el mundillo intelectual arreglaba su programa navideño para pasar, aunque sea por diez minutos, a contemplar las incorporaciones que la anfitriona explicaba con detalle y tomarse un verre con la chére Bernadette, la chaleureuse Bernadette.

 

 

           Pauline Lafont, hija de Bernadette

Me resultaba extraño y, a la vez, no que dado los antecedentes protestantes de su familia, la actriz armase un pesebre, tradición ajena a esa fe. No obstante lo imaginaba como la revancha de una niña a la cual se le había negado ese conmovedor teatrillo. Claro que el nacimiento armado chez Lafont escapaba de lo convencional. Kitsch, decían algunos. Todas las especies animales, aun las más extemporáneas, estaban presentes. Pastores, reyes, vírgenes y niños Jesús hacían alarde de diferencias culturales y étnicas en el multicolor Belén. En ecléctica convivencia estilística alternaban valiosas piezas del barroco con algún alegre personaje de Disney en plástico, además de artesanías alegóricas venidas de todas partes del mundo. Las argentinas y mexicanas eran aportes que Sergio y yo le hacíamos en cada viaje hasta el último en que la vimos.


Llena de proyectos, Bernadette se tomó en sus pagos natales las vacaciones que me había anunciado en nuestro à bientôt. La esperaban el sol, las festividades culturales veraniegas que la tenían como patrocinadora activa, y su último compañero, el pintor Pierre de Chevilly. También la muerte. Recién llegada, su corazón lanzó una primera advertencia de alarma. La segunda, unas semanas después, fue tardía. Internada en terapia intensiva murió tres días después. La querida Bernadette y su siempre presente hija fallecida Pauline volvían a reunirse en el mismo suelo provinciano.

 

A 11 mil km de distancia, con tristeza profunda, yo volví a mi placentera rutina de escribir y ver con Sergio películas entrañables. Esa semana estuvo dedicada a la filmografía de nuestra amiga: El bello SergioLa maman et la putainDoble vidaViolette NozièreEl ladrón y su casi testamento cinematográfico, Paulette.

 

El 25 de octubre del 2013, adelantándose tres días a la fecha del cumpleaños de la recién desaparecida actriz, el Teatro Municipal de Nîmes lo celebró cambiando su impersonal nombre por el de Thèâtre Bernadette Lafont.

 

 


Hattie Mc Daniel

Por Kado Kostzer

Publicada en el blog Damiselas en apuros.

Hattie Mc Daniel: Un Oscar redondo

 

Por Kado Kostzer

¡Gorda! ¡¡Negra!! ¡¡¡Lesbiana!!! Hattie Mc Daniel construyó su nicho en el cine norteamericano capitalizando dos de sus “faltas” sociales, a la tercera la mantuvo secreta. Si hubiese sido judía habría tenido cartón completo en el bingo de los prejuicios, ese juego siniestro donde el ganador es señalado por dedos tan puros como inquisidores.

 

Quizás su nombre hoy diga poco, pero ¿qué aficionado al cine no vio el film de los films, Lo que el viento se llevó? Esa majestuosa saga romántica con el marco de la Guerra de Secesión convirtió su imagen en memorable y entrañable. Casi al inicio, hace su rotunda aparición


Mammy (Mc Daniel) asomada a una ventana llamando a su ama Scarlett (Vivien Leigh) que coquetea con dos galanes. Dientes de mazamorra, piel oscura y lustrosa, nariz ancha, ceño fruncido… Su apariencia responde al estereotipo de la fiel gorda negra con turbante, aros de argolla e infaltable delantal blanco.

 

 

El uniforme le había servido desde 1932 -y le serviría - para estar al servicio de Ginger Rogers, de Barbara Stanwyck, de Katharine Hepburn, de Jean Harlow, de Mae West… A pesar de semejante constelación de patronas cinematográficas, ninguna alcanzó a opacar a Vivien. Juntas lucharon por recuperar Tara, la plantación devastada por la guerra civil, el hambre, las epidemias, los saqueos... y en muchos momentos Mammy con su sensatez y autoridad es la que atempera a la decidida heroína. Mc Daniel había manifestado que le gustaba y comprendía profundamente al personaje porque su abuela había sido esclava en una plantación semejante a la del film.

El estreno de la espectacular superproducción fue programado, el 14 de diciembre de 1939, en Atlanta, Georgia, el estado del racismo más delirante, con leyes muy precisas al respecto. Desde el principio se advirtió a los actores negros -todos en roles de esclavos- que su 


asistencia no estaría permitida, que sus nombres se eliminarían de la publicidad e incluso del programa de lujo. De nada valieron los intentos del productor David O. Selznick para obtener permiso y que su mimada Mc Daniel estuviese presente. Clark Gable, el protagonista y amigo personal de la actriz, amenazó con boicotear el pomposo evento, pero fue ella misma la que lo persuadió para que participara.

 

 

Dos semanas después, la más permisiva sociedad californiana aceptó que Mc Daniel se unira a sus compañeros de reparto, Vivien, Clark, Olivia de Havilland y decenas de celebridades en la premiere hollywoodense. Esta vez Zelznick logró que se incluyera su foto en lugar destacado del programa souvenir. También tuvo éxito en su empeño para que fuese nominada, en la categoría de mejor actriz de reparto, al Oscar de 1939. 

En la ceremonia, efectuada en el Hotel Ambassador de Los Ángeles, Hattie -cuajada de gardenias- fue ubicada con su acompañante en una mesa cercana a la cocina y apartada del resto de las luminarias. El oscuro rincón se transformaría en el centro de la atención general cuando se anunció su nombre como ganadora. Fue la primera persona afroamericana en obtener la sobrevalorada estatuilla. Pasarían diez años


hasta que otro negro, la actriz Ethel Waters, fuese ternado y diecinueve para que Sidney Poitier la ganara.

 

La mayor parte de la comunidad negra se mostró orgullosa ante el logro de Hattie. Los más radicalizados, en cambio, la criticaron acusándola de Tío Tom, por prestarse a cimentar el cliché establecido para la raza en el cine norteamericano. La pragmática actriz respondía invariablemente: “Prefiero ganar 700 dólares por semana interpretando roles de sirvienta que siete siendo sirvienta”. Sabía lo que decía. En el pasado, cuando el trabajo en el mundo del espectáculo escaseaba, resignadamente se había empleado como doméstica.

 

Viejos y nostálgicos sureños también se sintieron molestos, ellos por la “familiaridad” entre negros y blancos que mostraba el film. Vista con ojos despejados, Lo que el viento se llevó trasunta cierta melancolía por el arrogante sur esclavista y es severa con los abolicionistas, sin embargo no denigra a la raza negra y la mayor parte de sus miembros demuestran sensatez, coraje y sensibilidad. Mucho más discriminatorio es el trato que reciben los pobres que en más de una oportunidad son llamados white trash, gentuza blanca, escoria blanca.

Se dice que ella fue la inspiración de la cocinera -identificada por su acompasado caminar en pantuflas de felpa- en los dibujos animados de Tom y Jerry, la especialista en tortas, de frambuesa y crema, que terminaban aplastadas en la cara del gato.

 

La segregación -¡que duró hasta 1965!- se hizo también visible durante la II Guerra Mundial y Hattie estuvo activa vendiendo bonos, cantando en hospitales y llevando entretenimiento a 



soldados negros. Junto a ella estaban Lena Horne, Ethel Waters y Bette Davis, la única blanca y ¡yanqui!

 

Hija de esclavos liberados, y la menor de 13 hermanos, varios de ellos artistas, quedó inmortalizada como actriz dramática, aunque en su pasado artístico había grabaciones como cantante, temas musicales de su autoría, giras con compañías de variedades y actuaciones cómicas. También en el mundo de la radio había sido pionera al ser la primera afroamericana en cantar en una emisión de 1925 en Denver.

 

Cuatro maridos desfilaron por su abundante seno maternal. Del primero enviudó casi inmediatamente, el segundo y el cuarto duraron once y cinco meses respectivamente, el número tres permaneció a su lado el récord de cuatro años. Más duradero fue su affaire sentimental con la actriz Tallulah Bankhead, heredera de una aristocrática y prominente familia de Alabama que había logrado notoriedad en los escenarios de Broadway y del West End londinense. A pesar de su belleza, distinción y talento, el cine no le hizo justicia aunque protagonizó olvidados films en los ’30, época de su romance interracial. Tallulah, una lesbiana bastante lanzada para su época, seguía un patrón estético-social propio: en su tumultuosa vida amorosa, la relación más visible y prolongada fue con Patsy Kelly, otra actriz rellenita como Hattie y especializada en interpretar mucamas, en este caso blancas. Invita a la conjetura imaginar como realidad y ficción se amalgamaban en esos dúos tan opuestos y con roles estereotipados que se reafirmaban o quizás se invertían.

 

 

En 1942, con sus bien ganados ahorros -entonces a razón de 2 mil dólares por semana- Mc Daniel adquirió una mansión en West Adams Heighs, otrora refugio de la clase alta en Los Ángeles. Así como ella, otros artistas negros habían podido reunir los 15 mil dólares necesarios para adquirir propiedades similares. Lo que en un principio fue una reticente aceptación por parte de los blancos de la zona, se transformó en un caso judicial. Los vehementes segregacionistas resucitaron un decreto de 1902 que restringía la zona a cualquiera que no fuera “caucásico”. La lucha duró siete años con la victoria de los residentes negros que habían rebautizado a la zona como Sugar Hill. Se hicieron legendarias las fiestas que daba Hattie Mc Daniel en su residencia con una lista de invitados que incluían al fiel Gable, a Ronald Reagan, Shirley Temple, Henry Fonda, Joan Crawford…

Cuando murió a los 57 años, en 1952, devorada por un cáncer de mamas, el Cementerio de Hollywood se negó a que la enterraran allí. En 1999, más por marketing que por resarcimiento, a los familiares les fue ofrecido trasladar sus restos -que están en el Angelus Rosedale Cementery- a la selecta necrópolis para que descansaran junto a otros notables. Ante la firme oposición, se instaló un cenotafio que se convirtió en atracción turística. Fue 


una forma astuta de tenerla sin que esté.

 

Los homenajes póstumos, incluidas dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, tuvieron su punto culminante en 2006 cuando el servicio postal de los Estados Unidos -en su serie Herencia Negra- emitió una estampilla de 39 centavos con su imagen rozagante, aunque un tanto tristona, tal como había aparecido cuando recibió su Oscar.

  

Sara Montiel

Por Kado Kostzer

Publicada en el Blog Damiselas en Apuros

 

Sara Montiel

¿Hay una sola?

Por Kado Kostzer

Quizás las características de su signo astral llevaron a María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isadora Abad Fernández a diversas reencarnaciones. Es decir que, como el agua que rige piscis, se acomodó al recipiente que la contenía en cada etapa de una nada aburrida vida artística y personal.

Su debut en 1944, con el nombre de María


Alejandra, en Te quiero para mí no pasó desapercibido y le siguieron una serie de pequeños roles en films de cierta importancia, casi siempre rubia y con la presencia en el reparto del entonces bien conocido Fernando Fernán Gómez. En ellos ya es Sara Montiel. La gran oportunidad llegó a los 20 años, en 1948, con Locura de amor, donde Aurora Bautista le aportaba unas cuantas pizcas más de locura a su desquiciada Doña Juana. Sara, sobria y casi distante actriz, pero muy bella y relajada, es su rival, mora en el corazón de Felipe el Hermoso interpretado por Fernando Rey. El gran éxito de este melodrama seudohistórico de Juan de Orduña en España y América Latina llamó la atención de la prolífica industria mexicana del cine y Sara acudió presurosa. Aquí termina su primera etapa.

 

Buena chica en México

Fiel a su premisa autoimpuesta “donde fueres haz lo que vieres”, Sara llegó a México en el rol de perseguida por el franquismo, como intelectual de izquierda y se pegó a la elite de verdaderos exilados republicanos que habían encontrado allí su hogar. En los films perpetrados en los Estudios Churubusco pasó a figurar en los títulos como Sarita, muy adecuado a los roles de buena chica que le asignaban. En esos melodramas o comedias campiranas fue el objeto de deseo de los galanes de turno y 


En el México de comienzos de los ’50 ni su mismísimo presidente fue insensible al magnetismo de Sara. Cuentan los memoriosos que ese rostro, adorado luego por el Eastmancolor, recibió un par de rebencazos propinados por la temperamental Primera Dama en un ataque de celos.

Catorce films y la nacionalidad mexicana -lo que le permitía ¡divorciase!, algo imposible para el resto de los españoles- fueron el saldo y el fin de esta etapa.

 

 

Starlet latina en Hollywood

 

Quizás los contactos del poderoso Miguel Alemán -inventor del mítico Acapulco- sirvieron para que Hollywood le abriese una puertita. En el western Veracruz de Robert Aldrich de 1954 compartió honores con Gary Cooper y Burt Lancaster. Nada mal. Su presencia es radiante. Le siguieron Serenata con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price y El vuelo de la flecha donde fue 


Cada noche un amor sin que nadie la culpase del infarto-, pasó en su filmografía oficial a figurar simplemente como ¡Wajda! Una confusión oportuna teniendo en cuenta el prestigio del que gozaba el polaco Adrzej Wajda por La tierra prometida, Cenizas y diamantes y El hombre de hierro.

 

La foto donde se la ve con Hitchcock en el set de El hombre equivocado ostenta al pie la leyenda: “el rey del suspense, otro gran amigo y admirador de Sara”. ¡A tomar por culo, princesa Grace Kelly!

doblada por Angie Dickinson. Sus roles en el firmamento hollywoodense parecían ser los de furibundas latinas, como en las dos primeras películas, o de india sioux, como en la tercera. Pero Sara no estaba desprotegida. Munida de su pasaporte mexicano había contraído enlace con Anthony Mann -director del más clásico cine americano- que, rendido ante sus encantos y habilidad culinaria, había dado el sí ante un juez. Entre uno y otro film la bien casada starlet deambulaba por las galerías de la Warner, de la Paramount y de la Universal fotografiándose -en el mejor estilo Figureti- con las celebridades de Hollywood, incluidos los difíciles Marlon y Jimmy Dean. ¡Coño!

 

 

Cantante y mujer fatal del franquismo

En 1957, un viaje a España para visitar a su manchega familia le cambió el destino nuevamente bajando el telón sobre el breve período en la Meca del Cine. El guión de un film musical, El último cuplé, que como la falsa moneda iba de mano en mano sin que ninguna de las folclóricas del momento se lo quedara, recayó en Sara. En las canciones sería doblada. A último momento la paupérrima producción no podía pagar a una profesional que grabara el play-back y la Montiel fue prácticamente obligada a cantar los temas de la célebre Raquel Meller. Lo hizo con sorprendente buen gusto, gracia e intención. La legendaria cupletista sentenció: “Sara Montiel me imita, canta mis canciones, además tiene voz de sereno”.


Estrenado durante el insoportable verano madrileño, el film de su viejo conocido Juan de Orduña fue un resonante éxito sorpresa. Había que aprovecharlo. Reinstalada en la España de Franco, Sara se olvidó de sus amigos rojillos para convertirse en atracción internacional de boletería durante más de una década personificando a la buena chica convertida en mujer fatal y ¡cantante famosa! En 1971, para Sara el cine y su galán-amante frecuente, Maurice Ronet, eran cosas del pasado. Inició entonces una era prolongadísima de presentaciones personales cantando por el mundo. ¡Otra! etapa de su carrera que solo la muerte cerró en el 2013.

 

 

Su Majestad

Estreno de La Violetera en Madrid


Con la restauración de la monarquía española la Saritísima de la época del Generalísimo utilizó sus iniciales SM para asociarlas con Su Majestad, fue entonces cuando casi invariablemente en su lustrosa cabellera se instalaron tiaras, diademas y muchas veces collares que cambiaban el escote para coronar tan célebre testa. En su álbum de notables tampoco faltaron las imágenes de Sara, su marido/manager Pepe Tous y los dos hijos adoptivos de la pareja con Sus Altezas Reales, Doña Sofía y Don Juan Carlos, quien prefirió en este caso los dinosaurios a las cacerías de elefantes.


En los albores de los ’80 -pleno destape español-, esas mismas afortunadas iniciales SM servirían para una nota gráfica en Hola: Sara ¡SadoMasoquista! Allí lucía el leather-look: botas hasta el muslo, correas, tachas, peinado punk, labios negros y amenazante látigo. Aunque su actitud era temeraria, la familia española -cocinando el sofrito o leyendo el tebeo en el tresillo- admiraba la capacidad de su mito nacional de reinventarse de acuerdo a las modas. ¡Qué tía esta, Doña Sara de la Mancha!

Desde su inicio, el fenómeno Sara Montiel trajo consigo verdaderas legiones de “saritófilos”. Estos especímenes se dividían en incondicionales y en cuestionadores que a pesar de su admiración no excluían dosis tolerables de ironía y sorna. En este último grupo, además de adjetivos como “camp” y “kitsch” -ajenos al diccionario de la Real Academia-, circulaba la leyenda de que antes de iniciar cada película Sara se sometía a un severo régimen de adelgazamiento para llegar al set impecable. Previsores directores como Amadori, Tulio Demicheli, Rafael Gil o Mario Camus privilegiaban en la primera semana de filmación los planos generales donde se la viese de cuerpo entero ya que la silueta iba ensanchándose a medida que transcurrían los días. Una vez protegidos, se dedicaban a tomas más cercanas donde los armoniosos rasgos y la fabulosa piel de Sara -realzada por iluminadores importados de la Ciudad Luz- lograban close-ups que dejaron sin respiración a dos generaciones.

 

 

La perseverancia del mito

Una fotografía publicada en Interviu tomada con zoom mientras navegaba en su barco que causó un escándalo.

El programa souvenir de uno de sus shows -una verdadera joya- es bastante representativo de la vocación de la Montiel por el arte de sublimar. Bastan tres ejemplos divertidos: en la lista de salas donde la diva hizo sus shows, nuestro Cine-Teatro Opera figura como Teatro de la Opera de Buenos Aires. Es decir, invitaba al espectador ignorante a suponer que había cantado en el equivalente del Metropolitan de Nueva York o de la Scala de Milán. Muy astuto.

Ladislao Vajda, un tenaz artesano húngaro que aportó su oficio al cine español de los ’40 y ’50 -murió sorpresivamente en 1965 mientras filmaba con Sara Cada noche un amor sin que nadie la culpase del infarto-, pasó en su filmografía oficial a figurar simplemente como ¡Wajda! Una confusión oportuna teniendo en cuenta el prestigio del que gozaba el polaco Adrzej Wajda por La tierra prometida, Cenizas y diamantes y El hombre de hierro.

 


La foto donde se la ve con Hitchcock en el set de El hombre equivocado ostenta al pie la leyenda: “el rey del suspense, otro gran amigo y admirador de Sara”. ¡A tomar por culo, princesa Grace Kelly!

 

 

En la década del ’90 -ya Saritona-, se mostraba reflexiva como Freud, estratega como Churchill, revolucionaria como el Che, pícara como Groucho Marx y voluminosa como Orson Welles, luciendo ella también en sus sensuales labios ostentosos puros. Fiel a su tiempo, en sus últimos estertores mediáticos el octogenario mito era figura frecuente de programas chatarra de TV donde -como Moria y Carmencita- con su contemporánea Marujita Díaz intercambiaban, con cierta dosis de auto parodia, agravios y ordinarieces. Triste final.

La Sara del esplendor quedará preservada en algunas entrañables canciones y, sobre todo, en sus torpes, convencionales, moralistas -pero irresistibles- films españoles “estilo Sara 


Montiel”. También, por qué no, en la habilidad de los muchos transformistas que, mediante el artificio, logran hasta superarla en sugestión.

 

 

Kado Kostzer es dramaturgo, director teatral, periodista.

Reflexiones sobre el delantal

por Kado Kostzer

Publicada en el Blog Damiselas en Apuros

 

El siempre útil diccionario de la lengua castellana define “delantal” de la siguiente manera: Prenda de vestir femenina de varias formas. Se ata a la cintura y cubre la parte delantera del cuerpo para proteger la falda. Viene del sufijo “al” (relativo a) sobre la palabra “delante” y ésta del latín de “in ante” = “en frente a”. De uso semejante es el “mandil” que incluye una pecherita que se cuelga al cuello con una tira.

 

La definición académica corresponde a la prenda para trabajos domésticos. No confundir con el mal llamado “delantal escolar” que significó toda una época en las aulas argentinas. Las blancas palomitas -ésas casi extinguidas- lucían almidonados ¡guardapolvos!

 

 

Mi curiosidad por los delantales nace por una coyuntura profesional: una puesta en escena de La fierecilla domada. La comedia de Shakespeare, muchas veces calificada de misógina, es para un director un buen pretexto para una nueva visión del texto. Con mi escenógrafo y vestuarista, Sergio García Ramírez, habíamos optado por ambientarla en el campo argentino a fines del siglo XIX. ¡Los clásicos dan para todo!

La Fierecilla domada

 

En nuestra investigación de usos y costumbres de la época, nos topamos con bellas estampas en las que la mujer del interior, a muchas de las cuales se las solía llamar chinitas, lucía invariablemente un precioso delantal. La minúscula ¿prenda? nos serviría como reafirmación -y símbolo también- en el monólogo final en el que la protagonista, la revoltosa fierecilla Catalina, promete sumisión total a su domador marido. El tono irónico que marqué a la escena se rubricaba con las demás mujeres de la historia que se arrancaban sus primorosos delantalitos y los pisoteaban. Catalina y sus amigas, poseídas por un espíritu feminista, le decían ¡minga! al machismo (quemar sostenes hubiese sido un lugar común además de difícil realización escénica).

 

Mi “descubrimiento” del delantal como infaltable en las vestimentas del campo argentino no era tal. Solo una herencia de los trajes típicos de toda Europa, Oriente y la América previa a la conquista. Basta hacer un viaje por distintas geografías: holandesas con suecos y ¡delantal!, rusas con botas y ¡delantal!, catalanas con alpargatas y ¡delantal!, bretonas con escarpines de charol y ¡delantal!, mayas con ojotas y ¡delantal!, quechuas con ushutas y ¡delantal!, orientales con chinelas de plata y ¡delantal!, gitanas con chancletas y ¡delantal!...

 

 

Pocas vestimentas típicas de países latinoamericanos prescinden de la prenda. En México la llevan las veracruzanas, las chiapanecas y las michoacanas de Patzcuaro. No es nada extraño que la eterna rebelde Frida Kahlo, que tanto gustaba vestir ropas de raíz folklórica, nunca incorporara el delantal a sus originales atuendos para su sofisticada vida social.

 

 

Claro está que, desde tiempos remotos, la entonces siempre blanca prenda era exclusiva de una clase social. El accesorio nunca fue tal, sino una parte fundamental de las vestimentas -desde la niñez- de saludables campesinas, muchachas pueblerinas en edad de merecer y rotundas matronas. Las aristócratas y burguesas no lo tenían incorporado a su guardarropa ya que abundaba entonces el personal doméstico femenino. Solícitas mucamas, cómplices doncellas, intrigantes amas de llaves, hacendosas cocineras, encorvadas lavanderas y sudorosas planchadoras lo usaban tanto en el interior de sus casas como en los lugares públicos donde las llevaban sus limitadas actividades.

Tradicionales italianos

 

Aun en las celebraciones -incluyendo bodas-, acompañaba a los más cuidados atuendos. Las mujeres podían bailar y festejar pero sabiendo que el delantal -aunque estuviese reducido a su mínima y más delicada expresión- era la cadena que las arrastraba al ámbito que socialmente se les había asignado: la cocina y los quehaceres domésticos. En cambio herreros, taberneros, panaderos, changadores, zapateros…, que también los usaban -pero de masculina tosquedad- se lo quitaban apenas abandonaban sus rudos trabajos.

 

 

En la pintura clásica y contemporánea, el delantal carece del prestigio como para llegar al óleo. Autoprohibido en las obras de grandes como Van Eyk, Rubens, Giotto, Durero, El Greco… y de tantos maestros figurativos que nunca se hubiesen atrevido a presentar a sus divinidades y, menos aún, a la Virgen María con delantal. La gran excepción: los belgas Pieter Brueghel, el viejo y el joven, grandes delantalistas en sus monumentales cuadros de casamientos, mesones y mercados populares.

Regionales de Francia

 

En períodos posteriores, los artistas europeos, y particularmente los impresionistas, se fascinaban por las bellezas de boudoir, las bailarinas en tutú, las meretrices, las cortesanas, las burguesas ricas… prescindiendo de  las pueblerinas. A fines del siglo XIX las calles ya tendrían otra imagen pues había llegado la decadencia de la prenda en el vestuario de la mujer común y corriente. Su uso se circunscribía al hogar o al trabajo, hecho no ajeno a la moda y a la pequeña industria.

 

 

En el cine -fuente inagotable de costumbres recreadas o creadas por él-, la prenda era patrimonio exclusivo de las mujeres decentes, fieles, incluso bendecidas por la maternidad. Es inimaginable pensar a Rita Hayworth, María Félix, Ava Gardner, Mae West, Zully Moreno, Greta Garbo o Marilyn Monroe llevando a la cintura un mandil aunque fuese de satén, encaje u organza. Ellas eran mujeres seductoras, ¡vamps! capaces de traiciones, de llevar a hombres a la ruina moral e indignas de un símbolo -aun no reconocido- de sumisión hogareña. Las buenas, fieles y hacendosas, en cambio, como Mary Pickford, Debbie Reynolds, Doris Day o June Allyson los lucían, sin vanidad, claro que sobre glamorosos atuendos creados por Edith Head, Jean Louis o Helen Rose. En cuanto a las “viejas”, “feas”, “negras” o “gordas”, la blanca presencia recortada en sus oscuras faldas constituía un galardón a su dedicación y entrega. En las “infantilas” (como diría Catita) -Shirley Temple, Margaret O’Brien, Marisol, Natalie Wood, Adrianita y hasta la niña Elizabeth Taylor-, el delantalito no faltaba en sus juegos, los mismos que les servían como un aprendizaje para su futuro rol de mujer.

Regionales Bavaria

 

Ocasionalmente primorosos delantales, exagerados en volados maricones, podían ser usados -brevemente- por actores para acentuar situaciones chuscas y caricaturescas de comedias domésticas. Vienen a mi mente Bob Hope, Cary Grant, Jack Lemmon y David Niven, cuya masculinidad salió intacta del exabrupto.

 

Con el auge de las series de TV y las sitcom, a comienzos de la década del cincuenta, el delantal de cocina dejó de ser un estigma. A las estrellas que incursionaban en el medio -que masivamente invadía el ámbito doméstico- no se les cayó ningún anillo (¿o sí?) al usarlo. Lo lucieron con gracia Lucille Ball en Yo quiero a Lucy, con mesura Donna Reed en Pero es mamá quien manda, ocasionalmente y con desgano Mary Tyler-Moore en El show de Dick Van Dyke, sin vergüenza Jane Wyatt en Papá lo sabe todo y con impuesta dignidad todas, absolutamente todas -incluida Bette Davis- las actrices que interpretaron a heroicas pioneras que atravesaban el oeste en cada episodio de Caravana.

 

Nuestra mítica  Doña Petroña C. de Gandulfo -autora del más grande best-seller de la Argentina, después de la Biblia, claro- entre receta y receta de ricas especialidades aconsejaba a sus fieles señoras televidentes: ante el ruido de la llave del marido en la puerta -ya de regreso al hogar perfecto, luego de su jornada de trabajo-, debía tener un delantal que pudiese ser quitado rápidamente ¡y escondido! para lucir bonita y descansada recibiendo así al hombre de la casa. ¡Mágico!

 

Otro final de siglo, el XX, con el auge de la profesión de chef entre los jóvenes, el funcional delantal masculino se “unisexó”. Lo suficientemente despojado para que el varón conservara su virilidad y lo suficientemente femenino para que la mujer siguiese siendo atractiva, aunque esto último no parece importarles mucho a las nuevas cocineras por vocación.

 

 

Posted 15th December 2019 by Damiselas en apuros

 

 

 

Danielle Darrieux

Por Kado Kostzer

Publicada en el Blog Damiselas en Apuros